20 dic 2008

VIDA ANTERIOR


REVISTA SOHO DICIEMBRE 2008
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TEXTO COMPLETO Diga no a las reuniones de planeamiento
Por Miguel Casafont

Quizás una de las experiencias más traumáticas de la vida, después de la clase de catecismo, la visita al dentista y el examen de álgebra del colegio —que aún sigo sin entender—, sea asistir a las reuniones de planeamiento escolar.

Años atrás, inmerso en una romántica visión de que el arte es para todos (cuando en realidad bien se sabe que el arte es elitista, y no solo a nivel económico, sino en sensibilidad y pensamiento... ¿Será por eso que aquí todos los museos son antiguas cárceles, o aeropuertos?...), seguí mi plan de dotar de arte al mundo y acepté dar clases en un colegio de Ciudad Botox, como suelo llamar al oeste de San José.

En mis idílicos pensamientos, fruto de cinco años en Bellas Artes de la UCR y tres en el Pratt de Nueva York, pensaba que enseñar arte en un colegio privado era pan "light" comido: uno pone a los niños a pintar escuchando a Mozart, sale temprano, quedando el resto del día libre y sin estrés para pintar lo propio, o bien tomar café con amigos a mitad de la tarde... pero del lado este de la capital.

Resulta que el cuadro era otro: los tales niños resultaron ser unos monstruos, y sus padres ausentes, otros; además tocó bregar con la ticofobia de los demás docentes y los jefes de la institución, quienes hacían todo lo necesario para que uno entendiera que ellos eran la reencarnación de William Walker. Ahí no para la cosa... Algo peor, más siniestro y terrible, que cae en lo ominoso y aterrador: ¡las reuniones de planeamiento!

Quienes nunca han trabajado en docencia, antes de emitir un juicio en contra de los maestros, esos vagabundos con dos meses de vacaciones al año y que no hacen nada, les sugiero ir media hora a un aula y quedarse después de clases en una reunioncita de planeamiento... ¡A ver si no salen en estampida donde un psicoanalista o a un bar de japi agüer 2 x 1!

Ser tícher es una faena tan mal pagada que en Costa Rica deciden irónicamente ponernos a la Niña Gamboa, decana de la docencia, en los billetes de diez mil, como un recordatorio de que el sueldo no alcanza y que solo queda la satisfacción de que algún mierdoso se acuerde de uno quizás por tres segundos, y no siempre acompañado de un término jovial.

La docencia es el único trabajo donde no hay que dejar nada al azar... Hay que planearlo todo; sí, leyó bien, TODO, con el tedio y la minuciosidad de una abeja africanizada... Los coordinadores le piden hacer el detalle del mes a mes, la semana a semana, el día a día y la hora a hora con una minuta detalladísima de cada lección... Aparte, hay que revisar los famosos mapas curriculares, hacer y cuidar exámenes y demás babosadas como la rifa, la venta de repostería, los paseos y las asambleas.

Las reuniones de planeamiento, aparte de ser siempre a la salida del colegio, no se pagan como horas extra; son eternas, cansadas y salpicadas de comentarios que se debaten entre la perfecta idiotez o bien la inusitada majadería de la raza humana por dotar de complicadas artimañas a algo tan simple como dejar sin recreo a un infeliz mocoso colmado con cuanto déficit puedan inventar los psicólogos infantiles.

Un día, harto de tanto planeamiento, decidí planear mi vida y simplemente llamé por teléfono y en buen ticoñol (dialecto del castellano), renuncié: "Figúrese que no le llego, viera que ya no voy más"... Desde entonces el cutis mejoró, bajé mi porcentaje de grasa corporal y soy feliz. Algunas tardes de lluvia, mientras pinto en mi taller, pienso en esas almas prisioneras de las reuniones de planeamiento en algún colegio de cuyo nombre no quiero acordarme jamás... Para ellas mis plegarias.

1 comentario:

Eugenia dijo...

Qué bueno! Les hubieras dicho "es que no me hallo", jaja.